sábado, 26 de enero de 2013

Gregorio, el de las finas pipas


A Gregorio se le apagaba la pipa frecuentemente y se desesperaba porque fumarla le parecía muy complicado. ¿Cómo hacen los fumadores para que no se les apague?, se preguntaba.

Los amigos le decimos “Goyo”.

Él compró una hermosa pipa Caminetto cuando tenía veinticinco años de edad; intentó fumarla muchas veces, no pudo, se desanimó, abandonó la pipa y no supo dónde la dejó, de tal manera que, desde que regresó a esta afición que le gusta tanto, hace once años, compró una Ashton y poco años después una Dorelio Rovera (DOR o Ardor), que son perfectas por donde se las vea.

-- Sé pausado al fumar y no aprietes mucho el tabaco dentro de la pipa. –Le sugería su padre una y otra vez.
-- ¿Pero qué tan apretado debe estar? –Preguntaba Goyo.
-- Ni muy-muy ni tan-tan. Suficientemente apretado para que las hebras del tabaco estén juntitas y una prenda a la contigua, que jalar el humo sea fácil pero ofrezca cierta resistencia, y mantén así el tabaco dentro de la pipa a lo largo de la fumada. –Siempre le respondía el papá.

Según leyó en diversos sitios de Internet y por consejos de su padre, una pipa no es suficiente si se va a fumar cada día o más de una vez al día, cosa que hace Goyo. Los expertos recomiendan dejar descansar una pipa de brezo un día de por medio para volver a fumarla. Así, al paso del tiempo nuestro amigo compró diecisiete pipas más: tres Dunhill, tres Ashton, tres Castello, dos Mastro da Paja, dos Butz-Choquin, dos Davis y dos Eltang.

Para él, la marca de la pipa es importante; se siente bien y muy a gusto con sus pipas de distinguidos fabricantes.

Cada pipa fue elegida por él cuidadosamente por su forma, tamaño, color, acabado y apreciación artística, además de sus cualidades como instrumento para fumar, que, dice él, en estas marcas y con estos maestros artesanos los aspectos técnicos de la pipa no se ponen en duda… Interesante tema por discutir.

A sus cuarenta y siete años de edad y “armado hasta los dientes”, como dice él, puede fumar placenteramente sus cuatro a seis pipas por día.

Aprendió a fumar a fuerza de errores y cargas de tabaco desperdiciadas.

Su primera pipa Ashton sufrió todo este proceso; por fortuna, salió airosa y es su mejor pipa porque libró con ésta casi todas las batallas. La DOR la fumaba pocas veces en aquellos años: “Es una gran bola que al principio me incomodaba; hoy es de mis diecinueve favoritas.”

Ahora Goyo es capaz de fumar una pipa de principio a fin sin más que el primer reencendido. Ha llegado a realizar largas fumadas sin que se le apague el tabaco, de una hora treinta minutos, una hora cuarenta y tres minutos, y su máximo logro personal: dos horas diecinueve minutos veintitrés segundos, hazaña, para él, que realizó usando una pipa Dunhill recta, con tabaco Stonehaven, de Esoterica Tobacciana, del que todos fumamos exactamente tres gramos.

Varios amigos fuimos testigos de su hazaña cuando realizamos una fumada lenta en el funeral de de don Agustín, uno de los viejos fumadores de pipa integrante de nuestro grupo, para despedirlo con respeto y cariño.

Goyo lleva el registro de sus tiempos de fumada lenta. Cuando empezó a practicar este tipo de fumada, en el 2003, lograba cinco minutos si acaso. Se impuso practicar la fumada lenta dos veces por semana y subió a once minutos; luego, veinticinco, treinta y uno, cuarenta y cuatro, una hora cinco minutos. Aquí dejó de practicar. Al año siguiente retomó las prácticas una vez por semana y desde hace dos años ha dejado de practicar pues le parecía que en cada práctica se perdía del tabaco y el disfrute del momento.  Me dijo:

“Por mantener delgados hilos de humo en la pipa y en mi boca, verificar el color de la ceniza y con ello acelerar o frenar el ritmo de fumada o apisonar el tabaco, sentir el calor de la pipa y demás factores de los que hay que estar atento, llegó un momento en que me dije: ¡A la chingada con esto; prefiero disfrutar mis tabacos y ya!”

Gregorio disfruta los tabacos a base de “virgineas” puros, madurados, con poco de burley o sutilmente condimentados con Kentucky u orientales. En estos encuentra un dulzor especial, le brindan calidez a su paladar y le recuerdan los tabacos que solían fumar su abuelo, su padre y su hermano mayor, aunque estos tres fumaban de todo tipo de tabaco, no sólo virgineas.

Por alguna extraña razón que sus amigos no alcanzamos a comprender, no disfruta del tabaco latakia; le parece sumamente invasivo al gusto aun en dosis pequeñas. Lo mismo le pasa con el perique. Su paladar los rechaza tal como algunas personas rechazan las comidas picantes aunque tengan tan poco chile que apenas y se nota, o evitan la cerveza porque es amarga.

Su paladar es sencillo; él no es persona pretenciosa.

“Pero la supuesta sencillez de una buena mezcla de virgineas es de lo más difícil de lograr. Son tan sutiles los sabores y aromas que aporta cada variedad, de cada zona, que alcanzar una mezcla destacable es de lo más complicado. Dar con esos matices dulces y ligeramente picantes es, verdaderamente, una proeza. Quizá por esto sea difícil hallar en el mercado abundancia de mezclas de virgineas, como sí hay en mezclas inglesas, balcánicas, escocesas y demás.”

Mi amigo daría la vida por defender esta afirmación --es un decir; por supuesto, no daría la vida por esto--, que es lo más profundo que me ha dicho sobre tabacos ya que él rara vez lee y conversa sobre el tema.

Pero como muchas veces ocurre, hay personas como mi amigo que asumen posturas y defienden sus creencias porque, simplemente, las creen.

A pesar de ello, él es sincero con sus gustos. Ha probado gran variedad mezclas pero sólo ha hecho “suyas” las que he mencionado.

Goyo es un abogado destacado que con base en su preparación, honradez, dedicación y profundo respeto por los problemas legales de sus clientes, tiene un lugar especial en el corazón de muchos veracruzanos a los que ha ayudado o intentado ayudar, porque no siempre gana los casos, pero todos sabemos que da todo lo que puede y si no gana no cobra un centavo.

Su pequeño despacho está integrado por él y dos abogadas brillantes, bellas y comprometidas con las causas de los clientes que acuden a ellos. Rocío, una de las abogadas, muy rara vez fuma en pipa; quizá lo hace para entender por qué su madre disfrutaba tanto de sus pipa.

Cuando está estudiando nuevas leyes, reglamentos y modificaciones a lo existente, Goyo fuma pipa; si se encuentra estudiando un caso, fuma pipa; si recibe clientes con casos que requieren análisis profundo, sin preguntar si a dichos clientes les molesta el humo del tabaco, fuma pipa porque está seguro de que el humo del tabaco envuelve el despacho para crear las condiciones emocionales y mentales para abordar un asunto difícil, crea la mejor ambientación para dialogar con libertad, amabilidad y honestidad.

Fuma la pipa para pensar antes de hablar.

Tanto disfruta de su afición, que también fuma pipa cuando sale a caminar por el malecón del Puerto de Veracruz; por el parque Zamora, donde le gusta observar a los danzantes de mambo, danzón y tantos juguetones y sensuales ritmos y bailes; por el zócalo; antes de dormir, después de una abundante y deliciosa comida o con cualquier buen pretexto que lo motive.

Gracias a la pipa, dice Gregorio, ha podido conocerse, resolver muchos acertijos, entender asuntos complicados y dar con la verdad, cuando ha podido dar con ésta. Sobre todo, ha encontrado en el humo de la pipa el mejor consejero que ha tenido, como lo fue su padre.

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Veracruz, tierra de mis amores, que con el humo de tabaco cobija a Gregorio y a todos los paisanos para llevarlos por buen camino a lo largo de sus vidas.

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