Se escuchó la alarma y los
altavoces anunciaron: ¡Las ocho de la noche! ¡Todos a sus celdas!
Los presidiarios corrieron a
sus respectivas celdas hablando, silbando o gritando. Las pesadas rejas de las
celdas cerraron automáticamente… con ayuda de los guardias.
Los guardias pasaron lista.
Cuando José Natividad escuchó
su nombre estaba encendiendo su pipa y no respondió de inmediato.
– ¡José Natividad Hernández,
reo catorce nueve cero!
– Pre-sen-te –trató de
gritar, pero había tragado el humo de la pipa y no pudo.
– ¡Aquí está el güey, pero
no puede hablar! –gritó un compañero de celda.
Hubo rechifla y escándalo en
el pabellón.
Continuó el pase de lista
hasta el último de los reos. Los guardias apagaron las luces; se escucharon voces
y gritos aquí y allá. Poco a poco el silencio invadió el lugar. A ratos había murmullos,
a lo lejos.
José Natividad siguió fumando
su pipa sentado en su catre.
– ¡Apaga esa chingadera,
pinche Ujujuy! –Gritaron a lo lejos.
“Ujujuy” es el sobrenombre de
José Natividad.
Él empezó a fumar pipa a los
catorce años de edad, cuando cursaba el segundo año de secundaria y en
temporada fría, la tos convulsa que padeció –de tísico, decían los demás–, hizo
que sus padres le dieran a fumar tabaco con salvia, en una pipa de su padre,
que Natividad conserva desde entonces.
Al concluir la secundaria era
un maestro fumador de pipa y se convirtió en ayudante de su padre: prestigiado
albañil y bebedor de cerveza de Coscomatepec, Veracruz.
Al paso de los años, se
convirtió en maestro albañil y nunca fue conocido como bebedor de cerveza ni de
otra bebida embriagante. Tomaba sus tragos, sí, pero nunca hasta perder la
conciencia, como fue su padre.
Cuando se casó con Serafina,
fincó su casa en el terreno de sus padres. Todos sus hermanos fincaron sus
casas ahí mismo.
Vivían a media hora de
Coscomatepec.
José Natividad era tan
trabajador y aprendía tan rápidamente, que además de albañil fue plomero,
electricista, jardinero, lava coches pintor, soldador, mecánico, conductor de
camiones de carga y consejero de los amigos.
Todos los días a las tres de
la tarde fumaba una pipa, y todas las noches antes de dormir, fumaba otra pipa
mientras escuchaba la radio, o platicaba con Serafina y los hijos.
Nunca se aficionó a la
televisión como su familia, por ello muchas noches las pasaba solo con su pipa
y la radio.
Es padre de seis hijos, que
concluyeron la preparatoria, se fueron a trabajar al Puerto de Veracruz, se
casaron y viven allá cinco de los seis. El otro hijo vive en Canadá.
Por involucrarse en el
problema de un hermano suyo, José Natividad y su hermano fueron a parar a la
cárcel. Los sentenciaron con cinco años. Desde entonces no se hablan.
Siempre se ha conformado con
poco. Hoy se consuela con saber que a su esposa no le falta nada, que sus hijos
viven bien, que le permitieron tener tres pipas y Serafina le lleva tabaco cada
mes que va a visitarlo.
Para él eso es más que
suficiente.
Cada mes, Serafina le lleva
ciento cincuenta gramos de tabaco que compra en Coscomatepec. Se trata de un
tabaco rubio, cortado en hebras delgadas y largas cuyas tonalidades van del
amarillo canario al anaranjado mandarina, de sabor dulzón y suave al paladar. Y
en cada visita de Serafina, José Natividad sabe más de sus hijos y nietos.
Poco escucha la radio porque la
estación de su música no la capta ahí. Así, lo que disfruta es su pipa, la
única que le permiten fumar, cada noche, antes de dormir. Por eso, las pipas
que tiene son de gran capacidad. Y aunque sus compañeros de celda y pabellón le
gritan que ya apague esa chingadera cada vez que enciende su pipa, él los
ignora porque sabe que a los demás les gusta el aroma de su tabaco, y el humo
ahuyenta los mosquitos; o los ignora porque se concentra tanto al fumar, que
cierra los ojos y piensa, o los ignora porque sí.
José Natividad, en la soledad
de la abarrotada celda, abarrotada de reos y con barrotes de acero que los
confinan, con su pipa, fumando ese tabaco rubio, pensando en no sé qué, o sin
pensar para olvidar, sabe que pronto saldrá de ahí para volver a la otra
soledad que a él le gusta: la de tanto trabajar, la de breves conversaciones
pero de intensos encuentros amorosos con su mujer, la de escuchar música cada
noche, mientras su esposa ve la televisión y él fuma su pipa.
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