viernes, 25 de enero de 2013

La soledad de José Natividad


Se escuchó la alarma y los altavoces anunciaron: ¡Las ocho de la noche! ¡Todos a sus celdas!

Los presidiarios corrieron a sus respectivas celdas hablando, silbando o gritando. Las pesadas rejas de las celdas cerraron automáticamente… con ayuda de los guardias.

Los guardias pasaron lista.

Cuando José Natividad escuchó su nombre estaba encendiendo su pipa y no respondió de inmediato.

– ¡José Natividad Hernández, reo catorce nueve cero!

– Pre-sen-te –trató de gritar, pero había tragado el humo de la pipa y no pudo.

­– ¡Aquí está el güey, pero no puede hablar! –gritó un compañero de celda.

Hubo rechifla y escándalo en el pabellón.

Continuó el pase de lista hasta el último de los reos. Los guardias apagaron las luces; se escucharon voces y gritos aquí y allá. Poco a poco el silencio invadió el lugar. A ratos había murmullos, a lo lejos.

José Natividad siguió fumando su pipa sentado en su catre.

– ¡Apaga esa chingadera, pinche Ujujuy! –Gritaron a lo lejos.

“Ujujuy” es el sobrenombre de José Natividad.

Él empezó a fumar pipa a los catorce años de edad, cuando cursaba el segundo año de secundaria y en temporada fría, la tos convulsa que padeció –de tísico, decían los demás–, hizo que sus padres le dieran a fumar tabaco con salvia, en una pipa de su padre, que Natividad conserva desde entonces.

Al concluir la secundaria era un maestro fumador de pipa y se convirtió en ayudante de su padre: prestigiado albañil y bebedor de cerveza de Coscomatepec, Veracruz.

Al paso de los años, se convirtió en maestro albañil y nunca fue conocido como bebedor de cerveza ni de otra bebida embriagante. Tomaba sus tragos, sí, pero nunca hasta perder la conciencia, como fue su padre.

Cuando se casó con Serafina, fincó su casa en el terreno de sus padres. Todos sus hermanos fincaron sus casas ahí mismo.

Vivían a media hora de Coscomatepec.

José Natividad era tan trabajador y aprendía tan rápidamente, que además de albañil fue plomero, electricista, jardinero, lava coches  pintor, soldador, mecánico, conductor de camiones de carga y consejero de los amigos.

Todos los días a las tres de la tarde fumaba una pipa, y todas las noches antes de dormir, fumaba otra pipa mientras escuchaba la radio, o platicaba con Serafina y los hijos.

Nunca se aficionó a la televisión como su familia, por ello muchas noches las pasaba solo con su pipa y la radio.

Es padre de seis hijos, que concluyeron la preparatoria, se fueron a trabajar al Puerto de Veracruz, se casaron y viven allá cinco de los seis. El otro hijo vive en Canadá.

Por involucrarse en el problema de un hermano suyo, José Natividad y su hermano fueron a parar a la cárcel. Los sentenciaron con cinco años. Desde entonces no se hablan.

Siempre se ha conformado con poco. Hoy se consuela con saber que a su esposa no le falta nada, que sus hijos viven bien, que le permitieron tener tres pipas y Serafina le lleva tabaco cada mes que va a visitarlo.

Para él eso es más que suficiente.

Cada mes, Serafina le lleva ciento cincuenta gramos de tabaco que compra en Coscomatepec. Se trata de un tabaco rubio, cortado en hebras delgadas y largas cuyas tonalidades van del amarillo canario al anaranjado mandarina, de sabor dulzón y suave al paladar. Y en cada visita de Serafina, José Natividad sabe más de sus hijos y nietos.

Poco escucha la radio porque la estación de su música no la capta ahí. Así, lo que disfruta es su pipa, la única que le permiten fumar, cada noche, antes de dormir. Por eso, las pipas que tiene son de gran capacidad. Y aunque sus compañeros de celda y pabellón le gritan que ya apague esa chingadera cada vez que enciende su pipa, él los ignora porque sabe que a los demás les gusta el aroma de su tabaco, y el humo ahuyenta los mosquitos; o los ignora porque se concentra tanto al fumar, que cierra los ojos y piensa, o los ignora porque sí.

José Natividad, en la soledad de la abarrotada celda, abarrotada de reos y con barrotes de acero que los confinan, con su pipa, fumando ese tabaco rubio, pensando en no sé qué, o sin pensar para olvidar, sabe que pronto saldrá de ahí para volver a la otra soledad que a él le gusta: la de tanto trabajar, la de breves conversaciones pero de intensos encuentros amorosos con su mujer, la de escuchar música cada noche, mientras su esposa ve la televisión y él fuma su pipa.

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