sábado, 26 de enero de 2013

Amorosamente unidos


Hasta hace poco más de seis años en Veracruz se podía fumar en cualquier lado.

En aquellos tiempos Heberto fumaba puro o pipa mientras conducía el autobús de pasajeros, y pronto descubrió que cuando fumaba pipa la mayoría de las pasajeras le sonreían o le decían cosas como:

-- Qué rico huele ese tabaco... Se ve usted bien así... Por fin un autobús que no apesta a patas... Gracias por el viaje...

Por ello se acostumbró a fumar en pipa de lunes a viernes y el puro los fines de semana.

En una ocasión, una mujer de buena figura que rondaba los treinta años de edad, que abriéndose paso entre los pasajeros que abarrotaban el pasillo del autobús para acercarse a la puerta delantera, le gritó a lo lejos:

-- ¡Esquina bajan, joven!

Heberto tenía entonces veintisiete años.

Chirriaron los frenos del autobús durante la maniobra para acercarlo a la orilla.

El autobús se detuvo.

-- ¡Rapidito, seño, que vienen los mordelones, no ve que es salida de emergencia! ¡Dejen pasar a la señora!

-- Gracias, joven. --Dijo la mujer a Heberto regalándole una gran sonrisa, y continuó diciendo: Cuando quiera comer algo sabroso y económico, lo espero en Los Arrayanes; trabajo de las diez de la mañana a las ocho de la noche.

-- ¡Esa es una cantina! --Se escuchó decir.

-- ¡Restaurante bar, que no es lo mismo, y es para gente distinguida, no para pelados como usted! --Respondió la mujer.

-- Si, seño, por ahí le caigo. Ya bájese que voy retrasado. --Instó Heberto, y la mujer abandonó el autobús.

En varias ocasiones la mujer coincidió con Heberto cuando pasaba con su camión y cada vez lo invitaba a comer en Los Arrayanes.

-- Si voy a ir a verla, güerita, de veras que sí. --Le respondía Heberto.

Luego, con más confianza, Heberto le decía:

-- Usted es mucha mujer para cualquiera.

En otra ocasión:

-- Quisiera soñar con usted a mi lado.

Y un día en que ella bajaba por la puerta delantera, Heberto le dio una palmada en la nalga y le dijo:

-- Mal afinada, pero yo se la arreglo, mi güera, cuando quiera nomás me avisa.
-- Ya sabe dónde trabajo. --Respondió la mujer.

El viernes siguiente de este incidente Heberto fue a comer a Los Arrayanes.

Soledad era la cajera del lugar y en aquel entonces su hijo de dos años de edad ya denotaba problemas en los huesos de los pies debido a una rara enfermedad.

Cuando Heberto visitó a Soledad en su casa y fue la primera vez que pasaron la noche juntos, para lo cual, sabiamente la mamá de Soledad se fue a quedar con unas parientas, Heberto conoció al niño.

Al paso de las visitas a Soledad, entre el niño y Heberto nació una relación afectiva y juguetona.

Soledad y Heberto se casaron un año después de la primera visita a la casa de ella, donde actualmente viven gracias a que la suegra les cedió dos cuartos, y dos años más tarde nació su hija Araceli. Desde entonces Soledad se ha dedicado al hogar.

La suegra de Heberto ha sido una mujer inteligente al no interferir en la vida de ellos.

Una curandera les dijo que para detener las deformaciones de los pies del niño y evitar que la enfermedad avance, no hay nada mejor que la espuma del mar; entonces, lo llevan a donde las olas rompen con las rocas porque ahí abunda la espuma y con ésta dan masajes a los pies y piernas de su hijo.

Si el clima es bueno, alrededor de las seis de la tarde Heberto lleva a su hijo a la playa dos veces por semana.

Heberto, la mayoría de las veces, su esposa a veces, o ambos, llevan al mar al niño desde que tenía tres años de edad, hace cuatro años. Algunas veces llevan a la niña para que juegue con su hermano, el mar y la arena, pues aún es muy pequeña para sacarla de la casa al anochecer.

Soledad asegura que el niño ha mejorado pero Heberto no ha notado esa mejoría; para él, lo importante es que el niño es feliz cuando está en contacto con el mar y la arena de la playa.

Alegre conductor de autobuses urbanos de pasajeros, Heberto trabaja de las cinco de la mañana a la una de la tarde; durante el descanso, de las nueve a las diez de la mañana, después de almorzar algo ligero, fuma la primer pipa del día mientras conversa con otros conductores sobre los sucesos de la mañana, los accidentes ocurridos, fallas en los semáforos y demás.

De la una treinta a las cinco de la tarde acude a un taller mecánico para complementar el ingreso, donde aprovecha para fumar dos pipas; la cuarta pipa del día la fuma en su casa, una vez que los niños se han dormido.

Cada día sus pipas se ensucian debido a las manos grasientas por su trabajo como conductor y mecánico automotriz, pero antes de irse a su casa limpia las pipas con gasolina blanca, dejándolas sin grasa y opacas en extremo.

Tiene cinco pipas: cuatro de brezo y una de madera de naranjo que fuma de vez en cuando porque sabe que esta madera requiere acondicionamiento y poco a poco, con el tiempo y las fumadas, como dice Heberto: "Esta pipa resultará buena como la que tenía mi padre."

Después de fumar la última pipa del viernes por la noche, Heberto limpia sus pipas por dentro y por fuera, y unta el exterior con muy poca cantidad de glicerina; luego, las mete dentro de una bolsa de nailon que cierra muy bien y así las deja hasta el domingo por la mañana cuando las saca para que tomen aire. Los sábados y domingos descansan sus pipas y se nutren del poco aceite que les unta. En estos días él fuma pequeños puros que se venden en muchos lados del Puerto de Veracruz.

Un domingo de cada mes él y Soledad van a bailar a cualquier parque donde haya música en vivo. Les encanta rozar sus cuerpos al ritmo de un danzón, un bolero romántico o una salsa cariñosa. El calor hace que sus cuerpos suden y por sudar tanto les da sed, entonces se van a tomar unas cervezas a una de las tantas cervecerías de la ciudad, donde además de tomar cervezas y comer algunos platillos de la botana, escuchan la música de la rocola, hablan de ellos, del futuro, los amigos, la familia, el trabajo, la hija, del niño y su salud que, según Soledad, ha mejorado gracias a la espuma del mar.

Soledad conserva su cuerpo fuerte y atractivo porque Heberto es coqueto con todas las mujeres jóvenes o bien formadas. Pero Soledad también se gusta así: con cuerpo sensual, bonita, bien vestida.

Tiempo atrás Heberto acudía con los amigos a las reuniones de cantina para charlar sobre béisbol, pero su economía ya no lo permite; se ha conformado con escuchar por la radio la transmisión de los juegos. Cuando esto hace fuma la pipa y cuando la fuma es porque los niños se han dormido; si no es así, sale con una silla, su radio para escuchar la transmisión del partido y fuma fuera de la casa.

A los pocos minutos los vecinos se acercan y todos juntos escuchan y comentan el partido, mientras unos beben cerveza, refresco, fuman cigarrillos o puros.

Hace ya seis años que Heberto no puede fumar cuando conduce el autobús, ni en los restaurantes, bares, cantinas y cervecerías. No entiende una medida de gobierno que le impide disfrutar de su tabaco, pero supone que por algo será.

-- Por lo pronto, hermano, nos ahorramos un dinero. --Dice Heberto.

A Soledad le encantan los tabacos que fuma Heberto pues huelen dulces, a vainilla o a ciertas especias que no han adivinado aún, pero ella supone que unos tabacos tienen cardamomo; otros, canela y, otros, naranja o miel.

Heberto aprendió a fumar la pipa observando a su padre y a otras personas. A los diecinueve años de edad fumaba la pipa naturalmente. Empezó fumando una vez a la semana; luego, dos a la semana. De un tiempo a la fecha fuma cuatro al día.

Le gustaría fumar más veces, pero el dinero no alcanza para tanto.

Pronto Heberto y Soledad dejarán de dar masaje al niño con la espuma de mar porque a mediados del otoño el agua empieza a enfriar y será hasta marzo que retomarán el tratamiento. Mientras tanto, Heberto seguirá llevando al niño y a la niña a la playa, pues aun con el dificultoso caminar del niño, la brisa del mar, la suavidad de la arena de la playa, más los jugueteos y las risas de los tres hacen que cada vez que van al mar sea una aventura distinta que los mantiene amorosamente unidos.

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