sábado, 26 de enero de 2013

Rodolfo, El Triste


Eran las siete de la noche, había neblina ligera y el tiempo estaba fresco. La llovizna imparable desde las tres de la tarde alejó a mucha gente de las calles. Se respiraba aire con aroma a barro y tierra mojados. Los pocos automóviles que circulaban por las angostas calles avanzaban lentamente; llevaban los faros encendidos y dentro, el conductor y pasajeros parecían siluetas de fantasmas.

Es tiempo de aguas en Orizaba, Veracruz. De las marquesinas de las casas escurren delgados hilos de agua; las tejas de barro rojo y muchas fachadas ya están enlamadas.

Habrá días de lluvias intensas, neblina densa, encharcamientos, grandes caídas de agua de los techos de las casas, corrientes de agua por las calles en bajada, automóviles movidos de su lugar por la fuerza del agua, apagones, calles desiertas por las noches; durante el día, centenares de personas con sus paraguas sobre la cabeza que al caminar por las banquetas deben hacer malabares para evitar los choques entre ellos y caer en los charcos.

Puede llover más de ocho horas seguidas y detenerse unas horas para continuar luego la llovizna y, por último, la neblina, que baja de los cerros como nube de polvo que devora todo a su paso y lentamente.

Cuando la neblina es muy densa y no se puede ver más allá de tres metros no dan ganas de salir de casa, y cuando viene bajando de los cerros una neblina así todos corren a sus casas para guarecerse, como si se tratara de algo maligno que viene a devorarlos.

Rodolfo, que ya vestía de pijama, se colocó su gabán, se puso el sombrero, tomó su paraguas, lo abrió y se cubrió la cabeza; en la otra mano llevaba una linterna de baterías y así salió de su casa para ir a comprar una gordita de frijol y un molote de papa.

El puesto callejero donde compra estas fritangas queda a tres cuadras de su casa. En el trayecto saluda a todo el que pasa, lo conozca o no.

Rodolfo habló del clima con Chola, la dueña del puesto de fritangas. Ella aseguró que la neblina tan fuerte venía por el norte que azota el Puerto de Veracruz desde hace dos días. Él sabe que no hay norte en Veracruz; sin embargo, le mencionó que este norte era de los más fuertes que él recordaba.

Regresó a casa; colocó la gordita y el molote sobre la mesa, que venían envueltos en papel estraza; se quitó el gabán y el sombrero; fue al refrigerador para sacar una cerveza Dos Equis Ámbar, la destapó y la dejó sobre la mesa. Encendió la radio y se sentó. Tomó un gran trago de cerveza, desenvolvió sus alimentos y comió lentamente; pareciera que estaba contando las veces que masticaba cada bocado, concentrado en la música de la radio.

Terminó de cenar; limpió la mesa y fue a su recámara por un pequeño puro, luego al refrigerador por otra cerveza y fue a sentarse en el único sillón que tiene por sala.

Encendió su puro y entre fumada y fumada tomaba un trago de cerveza... Se quedó dormido en el sillón.

La radio siguió encendida hasta que terminó la transmisión y empezó el molesto ruido de SHSHSHSHSHSHSHSH que sube y baja de volumen. Cosa que lo despertó.

Apagó la radio y se fue a la cama.

Todos los días se levanta a las cinco de la mañana, se baña con agua fresca, desayuna un vaso de leche fría o caliente, según el clima, y un pan dulce, para luego subirse al taxi y trabajar de las seis de la mañana a las seis de la tarde.

Antes podía fumar en su taxi, pero desde hace poco más de un año el líder de la agrupación de taxistas a la que pertenece ha prohibido que se fume dentro del taxi y Rodolfo cumple las reglas. Por ello, a las doce del día hace un alto de treinta minutos para almorzar algo ligero y fumar uno o dos cigarrillos que él prepara con tabacos y hojas de papel arroz que compra en San Andrés Tuxtla.

Trabajó treinta y cuatro años en la hotelería, de los cuales, los últimos catorce estuvo en un gran hotel de la Ciudad de Veracruz. Al jubilarse se fue a Orizaba para estar con su hija y sus tres nietos. Al poco tiempo su hija se mudó a la Ciudad de México, buscando mejores oportunidades para ella y sus hijos, pero Rodolfo, que odia el bullicio de esta enorme ciudad, se quedó en Orizaba, en la pequeña casa que había sido de su padre y que habitó su hija y sus nietos mientras él trabajaba en Veracruz.

Debido a que fue un trabajador responsable, cuando se jubiló el gerente del hotel le otorgó una liquidación generosa, con la cual compró el taxi e hizo ciertos arreglos a la casa.  

Tres cuartas partes de su pensión la manda a su hija mes con mes.

Estando en Veracruz aprendió a elaborar sus cigarrillos y puros. Hubo un tiempo en que en esta ciudad se podía comprar tabaco en hoja de diversas variedades; pero desde 1995 dejaron de venderlo y él va cada tres meses a San Andrés Tuxtla a comprar sus hojas de tabaco y papel para sus cigarrillos.

Compra tres cuartos de kilo de una combinación de hojas de Virginia, Burley, Oriental (cuando la suerte le permite hallar de esta variedad), Tlapacoyan y Sumatra, ya desvenadas, que es su ración trimestral.

Cada domingo se dedica a elaborar los puros y cortar finamente el tabaco para hacer los cigarrillos que fumará en la semana; exactamente nueve puros de tamaño coronita, aunque a veces se le antoja hacer puros más grandes, y veintiocho cigarrillos; hace sus compras para la casa, llama por teléfono a su hija y sus nietos, camina más de dos horas, va a la iglesia del Carmen a escuchar la misa, por las tarde va al cine y luego, a cenar tostadas, chileatole, gorditas, molotes, churros con chocolate o una torta de pierna.

De lunes a viernes, cada noche fuma un puro; cada sábado y domingo fuma dos puros. Además, todos los días fuma cuatro cigarrillos y toma dos cervezas Dos Equis Ámbar.

Raras veces se lo ve en cafés o bares y cuando se lo ve siempre está solo y con el rostro serio. Sólo abre la boca para ordenar al mesero o responder un saludo.

Yo lo conocí en Ojo de Agua, un balneario de agua cristalina y fría que se encuentra al sur de Orizaba, un domingo que fui a almorzar picaditas (también conocidas como pellizcadas: tortilla pequeña y gruesa que pellizcan con los dedos, que untan con manteca de cerdo y le agregan salsa roja o verde, cebolla picada y queso cotija rallado, que se prepara en comal de barro). Vi a Rodolfo sentado en una mesa fumando un pequeño puro mientras veía a los patos nadar de uno a otro lado. Me acerqué a saludarlo y le pregunté si podía sentarme en su mesa; me respondió que sí y mientras comía mis picaditas conversé con él.

Como su puro olía muy bien, le pregunté dónde los compraba, pues, le dije, me gustaría llevar unos puros a unos amigos de Xalapa.

Ahí me habló de una buena parte de lo que les he contado; las otras partes las he sabido las veces que he ido a visitarlo.

Las únicas veces que ha platicado conmigo con cierta emoción es cuando me ha hablado de los distintos tabacos y puros de Veracruz; de las grande tabacaleras, de cómo aprendió a elaborar sus puros y cigarrillos, etc. De cualquier otro tema habla poco, sobre todo de su familia, que lo sume en una nostalgia que impresiona.

Sus puros, cigarrillos y cervezas hacen que no llore por su soledad, que no pierda la razón, que piense en su familia y que duerma satisfecho y cansado.

No sé cómo una persona tan sensible como él puede vivir así. Quizá el tabaco tiene un poder distinto del que conocemos que le ayuda a desahogarse de la carga que representan sus días. ¿Qué hizo para merecer esto?

Rodolfo fue feliz tiempo atrás. Sus tristezas empezaron cuando su esposa se suicidó en 1991 y su hija le achacó la culpa de ello, pero luego ella recapacitó ya que su madre sufría de la cabeza, pero entre padre e hija nunca volvió a darse una relación amorosa.

Cuando se fue a vivir a Orizaba, Rodolfo reencontró la alegría a través de sus nietos, lo que duró poco, ya que en menos de dos años la hija se marchó con ellos. Su hija no desea regresar ni él quiere irse para allá.

Él --me dijo un día--, está condenado a vivir y a morir solo.

Ahora, lo único que hace para él con verdadero gusto son sus puros y sus cigarrillos.

Para sus puros, combina, en partes iguales, tabaco Burley con Tlapacoyan para formar la tripa; con Burley o Tlapacoyan hace la sobre tripa y la capa la hace con Virginia o Sumatra, según si desea que su puro sea claro o maduro (oscuro). Hechos los puros los coloca dentro de una caja de madera de cedro que tiene destinada para conservarlos.

Para elaborar sus cigarrillos, pica finamente tabaco Virginia, Burley y Oriental (cuando tiene de éste), que conserva en un gran frasco de cristal verdoso en el que cabrán 140 gramos de tabaco ya picado, que le alcanzará, dice él, para ciento diecisiete a ciento veinte cigarrillos. De ahí toma pequeñas porciones que coloca y extiende en cada pequeña hoja de papel arroz, luego lo enrolla con gran habilidad y con saliva pega el papel para dejar el cigarrillo formado, que mete en una cigarrera de porcelana, de donde toma los cuatro que fumará durante el día.

La caja de cedro, la tabaquera de cristal y la cigarrera de porcelana las tiene en un pequeño escritorio que está en su recámara, donde hay una lámpara, algunos libros, hojas sueltas, sobres de papel y algunos bolígrafos que usará para escribir la carta mensual que siempre manda a su hija con el cheque de tres cuartas partes de su pensión.

Rodolfo tiene setenta y dos años de edad y goza de buena salud.

Casi todos los fines de semana del mes de septiembre se dedica a elaborar pequeños puros y cigarrillos para llevar a la fiesta del asilo de ancianos en octubre, pues es la única ocasión en que dejan fumar a los residentes.

Rodolfo lleva de cincuenta a sesenta puros y de ciento cincuenta a doscientos cigarrillos elaborados por él, que el segundo domingo de octubre fuman los ancianos dentro del asilo o en los jardines… Y ese día es feliz Rodolfo al ver cómo el tabaco que él prepara otorga a estas personas un momento muy placentero, que los hace reír, gozar y platicar vivamente como si fueran chamacos.

El tabaco, dice Rodolfo, te hace ser como eres o como quieres ser.

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Veracruz, tierra de mis amores, donde el tabaco aún tiene un lugar especial para algunos seres que forman con esta hierba una relación mística y mágica, que les ayuda a soportar sus pesados días y a cargar con su triste historia.

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