sábado, 26 de enero de 2013

Un mundo de aromas


Mario Esteban, “Mayolo”, para los amigos, va casi todas las tardes a leer y a fumar su pipa al parque del gran quiosco que hay en Fortín, Veracruz. 

Se sienta lejos del quiosco para no escuchar el griterío de los niños, de vendedores ambulantes y regaños de los papás. También lo hace así para que no lo hostiguen los chicos con sus preguntas o comentarios: ¿Qué es eso? ¿En qué está fumando? ¿De qué es esa cosa? ¡Qué feo huele! 

Lee y fuma de las cinco a las siete. 

Apenas baja la luz de día cierra su libro o revista, limpia su pipa, guarda todo en un bolso de mano que siempre lleva, da tres o cuatro vueltas al parque caminando pausadamente y va a un pequeño restaurante a tomar atole, chocolate o café con leche, y come alguna pieza de pan dulce o un churro, o nada. 

En su casa, al preparar su comida fuma su pipa y si el día amanece frío y amenaza con permanecer así, fuma una pipa después del desayuno.

La pipa calienta sus manos y su cuerpo; trae sosiego a su alma. 

Tiene cinco pipas. Dos eran de su hermano, fallecido diez años atrás; una de su madre; otra que él compró y la otra se la regaló su sobrino nieto cuando Mayolo cumplió setenta años de edad. 

Este año llegará a la edad de setenta y nueve. 

Cada mes, Capitán, su sobrino nieto, le manda una bolsa de tabaco de ciento cincuenta gramos: una mezcla de virginia con burley que elaboran en San Andrés Tuxtla, que contiene en proporción bien cuidada: “80% de virginia güero y 20% de burley moreno”, dice él. 

Capitán trabaja ahí, en San Andrés, como contador de una fábrica de muebles de madera, y también fuma pipa desde hace quince años. 

Cuando Mayolo y Capitán se encuentran en Fortín, van a comer juntos a diversos restaurantes, fuman su pipa, caminan por los parques, hacen compras, van al cine, o van a Escamela, a Sumidero o a Ixtaczoquitlán, a mirar hermosas cañadas, riachuelos, pájaros volando, árboles mecidos por el viento, pasar de nubes... o a bajar y subir los 500 Escalones, lo que para Mayolo es un sufrimiento que no hace notorio. 

Luego, se acuestan cansados de tanto hablar y fumar, y muy tarde. 

A pesar de haberle mandado su ración de tabaco del mes, cuando Capitán visita a Mayolo, le lleva más tabaco. 

Mayolo no sabe porqué cuando Capitán va a Fortín va solo, dejando a su esposa y sus dos hijas en San Andrés. Sólo ha llevado a su familia en tres ocasiones: Una, cuando murió su padre, sobrino de Mayolo; otra, cuando éste cumplió setenta y cinco años; la última, cuando tuvieron que firmar un acta notarial mediante la cual Capitán heredará todo lo del tío abuelo. 

Tampoco Capitán le habla a Mayolo de su familia, ni él pregunta nada al respecto. 

Hace dos años, el médico de Mayolo le recomendó dejar de fumar. 

Su salud ha desmejorado: tos con flemas, voz ronca, debilidad en el cuerpo, presión baja más veces que antes, falta de apetito o, quizá, de gusto por comer. 

Pero él no deja de fumar. 

Desde que el médico le recomendó tal cosa fuma en las mañanas frías y todos los días cuando prepara su comida. Antes de tal recomendación fumaba únicamente por las tardes, de las cinco a las siete. 

-- Ya me quiero morir. –Dijo Mayolo a Capitán un día en que caminaban en el parque del gran quiosco. 
-- Tío, eso será cuando Dios mande. –Respondió Capitán. 
-- ¡Pues yo le estoy ayudando para que lo mande pronto! 

Ya tiene lote en el panteón municipal; al fondo, para que no lo molesten los vecinos ni le lleguen los ruidos de los visitantes de fines de semana o de Día de Muertos. 

-- El mundo ideal sería un mundo de aromas. –Dijo a la señora del restaurante donde cena cada noche. 

La señora no supo qué contestarle. 

Quiere seguir solo, como lo ha estado desde hace sesenta años, cuando un accidente carretero le arrebató a sus papás y a dos hermanos. 

El accidente dejó a Mayolo impedido para tener hijos, para caminar bien, para estar de pié mucho tiempo, para articular palabras. 

Por eso el lee mucho, habla poco, camina y está en pié tanto como puede. 

El hermano que le quedó, tal y como Capitán, lo visitaba poco, le regalaba tabaco, le dio una pipa que él extravió y no tiene idea de su paradero. 

Su pipa de cabecera y que lo ha acompañado desde que perdió a su familia, era de su madre: una vieja y gastada Peterson muy curvada, que al tenerse en la boca el humo que sale de la pipa lo aspira por la nariz. 

Pero eso a él le gusta. 

Le gusta oler las flores, la comida, la ropa, su casa, el tabaco; olerse a sí mismo cuando sale de la ducha mañanera. Y en los mercados huele y huele cosas. 

Los mercaderes le apodan “La aspiradora”. 

Desde que él supo de su apodo, huele más cosas y por más tiempo. Una vez por semana va al mercado a oler mucho y comprar poco. 

Dos de sus pipas son churchwarden; de las otras dos una es recta otra curvada y ambas son cortas. 

Todas las fuma, una a una, en orden estricto y siempre, con el mismo tabaco. 

Las churchwarden las fuma en casa; la Peterson y las otras dos, cuando va al parque. 

Antes de cargar la pipa huele la pipa y el tabaco, y al terminar de fumar vuelve a oler la pipa. 

Por el olor sabe si el tabaco que le manda Capitán está bien hecho. 

No conoce otro tabaco ni quiere conocerlo. El tabaco es como su casa: siempre será lo mismo y estará ahí para él cuando lo necesite, y cuando fuma descansa y deja de pensar en su vida sola. 

Excepto que, siempre ansía ver a Capitán y piensa mucho en él cuando fuma sus pipas. 

-- No voy a morir –dijo a la señora del restaurante cuando pagaba la cuenta-, simplemente voy a dormir mucho tiempo. Espero que en el panteón haya aromas buenos y nuevos que me acompañen y haya silencio. 

-- Los panteones huelen muy bien en Día de Muertos y hay tanta tristeza combinada con tanta alegría, música, petardos... que allá va a dormir muy bien todo el tiempo que quiera don Mario. -Respondió la señora. 

Mario Esteban puso cara de descontento. 

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Veracruz, tierra de mis amores, que tiene mercados, jardines, ríos, playas, bosques y huertos con colores y aromas muy variados, para que Mayolo y tantos más veracruzanos vean y huelan y nunca acaben por conocer todo lo que hay.

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