Me decía uno de los viejos amigos veracruzanos fumadores de
pipa que cuando vivió en San Francisco, CA, en los “iu-es-ei”, en muchas
farmacias había montones de pipas y tabacos para aventar para arriba; que eran
tan baratas que cualquiera podía salir de tales comercios con dos pipas, un
bote de 225 gramos de tabaco, limpia pipas y otros útiles accesorios, sin haber
desembolsado más de 14 dólares.
Era 1955. Francisco tenía 29 años de edad y cuatro como fumador de pipa.
Cada mes, durante los casi seis años que vivió en nuestro
vecino país, compró dos pipas de farmacia, una libra de tabaco y una que otra
cosita más.
Eran los primeros años de la Guerra Fría (de 1957 a 1962), cuando
ese país invirtió enormes sumas de dinero en investigación científica y
desarrollo tecnológico. Había trabajo en abundancia para profesionales bien
preparados como Francisco, quien siempre ganó más del salario mínimo, con lo
que vivió bien, ahorró un poco y regresó a Veracruz para abrir negocios
relacionados con su especialidad de químico fármaco-biólogo.
Francisco conoció a Carmela en los Estados Unidos, con quien
se casó en 1961, y en 1962 ambos se fueron a vivir a la ciudad de Tierra
Blanca, Veracruz, donde en 1963 abrieron el laboratorio de análisis clínicos
“San Francisco” y al lado de éste la Farmacia “La Esperanza”.
Durante 26 años mantuvieron prósperos estos negocios pero en
1989, Francisco, con 63 años de edad y todavía fuerte y animoso, vendió su
negocio y se dedicó a llevar una vida placentera, sin presiones para él y su
esposa Carmela.
Durante su vida como fumador, Francisco fumó tres pipas por
día: una, por la mañana; otra, después de comer, y una más, ya por la noche,
después de haber cenado.
Ellos no tuvieron hijos, ni se decidieron por la adopción.
No se trataba de una pareja que necesitara hijos para ser felices ni realizarse
como pareja; se realizaron los dos estando y haciendo todo juntos, compartiendo
su vida con amigos y familiares, viajando año con año.
En tales viajes, además de adornos para la casa, regalos
para amigos y familiares, Francisco compraba pipas, pero no de cualquier marca;
debían ser pipas de farmacia, de las de pocos dólares pero bellas.
Así, sin proponérselo, Francisco logró acumular más de 220
pipas.
Carmela falleció en 1996. Una noche, cansada y con náusea,
se acostó a las siete. Francisco tardó en ir a acostarse. Cuando lo hizo, que
serían alrededor de las dos de la madrugada, besó y acarició a Carmela y la
sintió algo fría: había fallecido. Ella partió de este mundo tranquilamente,
sin sufrimiento, feliz por haber vivido lo que vivió al lado de Francisco y,
supongo, satisfecha.
Falleció como un pajarito: cerró los ojos y durmió para
siempre.
A partir de ese día, la salud y el ánimo de Francisco
decayeron. Siguió fumando, pero las pipas ya no le sabían tan bien. Dejó de
fumar en el 2000 y falleció en el 2002, a los 76 años de edad.
Una de sus muchas pipas de farmacia fue una Kaywoodie
Collectors en forma de cuerno, de gran tamaño, edición especial de principios
de los años 50, que estaba hecha de una raíz de brezo cuya veta es muy hermosa.
Pocas pipas he visto así de bellas.
Tuvo pipas de diversas marcas: Kaywoodie, Dr. Grabow,
Arlington, Weber, Pipes by Lee, Medico, JHW –que no eran, precisamente, de
farmacia–, Heritage, Yello-Bole y Frank que le gustaron tanto por estar hechas
de un brezo de calidad suprema, decía él.
Pero la Kaywoodie Collectors fue la pipa preferida de
Francisco.
Cuando alguien le decía a Francisco que su pipa era muy
hermosa, él respondía: “Es una pipa cualquiera; una pipa sin importancia.”
(Hay personas exageradamente modestas.)
La fumó incontables veces y a pesar de que la cuidó tanto, con
pocas fumadas más el carbón podría traspasar la pared de la pipa. Cuando eso descubrió
Francisco, dejó de fumar en ella.
La guardó en un cajón de su escritorio y se olvidó de la
Kaywoodie Collectors por varios años.
Aún vivía Carmela.
El 28 de junio de 2001, a las dos de la madrugada, Francisco
fue a su escritorio, sacó del cajón la Kaywoodie Collectors, la cargó con tabaco
Cavendish que tenía por ahí guardado y fumó en ella la última pipa de su vida, para
recordar que ese día Carmela cumplía cinco años de haber partido.
El único amor de toda la vida lo había dejado cuando él
tenía tantos planes para ambos: en 1997 irían a China e India; en 1998
viajarían cuatro semanas por los Estados Unidos pues cumplirían 35 años de
haber salido de ahí rumbo a Tierra Blanca; en diciembre del 2000, final del
Siglo XX, estarían en España, Francia e Italia; vendería la gran casa para
mudarse a una más pequeña que no tuviera altos escalones para subir y bajar
pisos.
Hacían tantos planes y tenían tantos sueños, que de haber
vivido Carmela más años los hubieran cumplido todos.
Al quedarse solo, Francisco salía tan pocas veces de su casa, que ocasionalmente algún vecino iba a saludarlo para cerciorarse de que estuviera bien.
Siempre estaba bien, pero algo triste. Hablaba poco.
Un viernes por la tarde, al regresar de su consulta médica, en
cajas de cartón empezó a guardar libros, adornos, pipas y demás.
Llamó a sus tres sobrinos lejanos para invitarlos a cenar el
sábado. Les regaló las cajas y los muebles, excepto su recámara y el comedor, para
que ellos se distribuyeran las cosas como quisieran.
El siguiente sábado los sobrinos fueron por los objetos que
su tío les había regalado. La casa quedó semivacía.
La casa y los pocos muebles que conservó los donó al
municipio para que fuera una biblioteca pública. (Hoy, la casa no existe; es
una gran tienda de abarrotes.)
Francisco murió tres meses después, solo, en su casa semivacía,
tirado al lado de su cama y junto de él la fotografía que siempre le gustó,
donde aparecen Carmela y él, fumando su bella pipa Kaywoodie Collectors, en lo
más alto de la Estatua de la Libertad.
Una Kaywoodie Collectors que para él, era una pipa sin
importancia.
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Por Carlos E. Vizcaíno, febrero, 2013.
Me acaban de recomendar este blog, así que llegue de madrugada y cansada a leerlo, después de varias horas navegando, por aquí y por allá, perdida en frivolidades, prometo darle más tiempo y espacio otro día, pues el que me ha recomendado este blog es un amplio conocedor de pipas y tabacos y sé que no me diría lee esto, si a él no lo ha entusiasmado primero.
ResponderEliminarEl primer relato que leí, es conmovedor y hermoso, de esas historias que vives y hasta en algunos pasajes me transporté, esas historias de amor que ya sólo escuchas de los abuelos, muy bella, y con el hilo conductor: una pipa! Te felicito por tu blog.
Felicitaciones por el blog, soy nuevo en cuestiones de pipa y descubro que hay un mundo enorme y fascinante detras de estas, solo me gustaria que me ayudaran en donde comprar articulos relacionados con esta como tabacos y pipas, se los agradeceria muchisimo, soy de Coatepec, Ver., segun sus publicaciones cerca del escritor.
ResponderEliminarUna bella anécdota, más aún enmarcada por el aroma de una buena pipa.
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