sábado, 26 de enero de 2013

¡Ah, Bárbara!


Hay dos cosas que Serafina odia por sobre todas las cosas: su cara y su nombre. Por lo demás, del cuello a los pies, sabe que es un "monumento" y que ella está para elegir al que quiera... si no fuera por su cara y su nombre.

Cuando terminó la prepa Serafina quería irse a estudiar a la ciudad de México. Le interesaba ser enfermera, doctora, psicóloga o, en el peor de los casos, ser directora de un hospital. Pero su madre un día le dijo: "¡No seas pendeja, mírate: con eso no tienes que estudiar!"

Dice Serafina que estas dos cosas tienen remedio. Su nombre lo cambió por el de Bárbara, que es en realidad su nombre artístico cuando asiste a su trabajo de jueves a sábados, deambula por las calles o atiende reuniones privadas; para cambiar su cara le hace falta mucho dinero y al paso que va, muchos años.

Su cuerpo le ayuda a obtener ingresos para vivir y algunos ahorros para corregir el desperfecto físico que la mantiene lejos de las zonas de trabajo "bonitas" y los mejores centros nocturnos. Pero ella sabe que con dos copas cualquier "macho" la ve como la más hermosa de las creaturas.

En el Cubilete: cantina que más que cantina es un antro para la lujuria y el desenfreno, de ahí que tenga clientes en abundancia y de todas clases sociales, Bárbara es "la reina del gallinero"; todos quieren bailar con ella y llevársela, muchos le han propuesto matrimonio y desde que inició ahí su trabajo nocturno, hace diecinueve años, no se ha casado, tiene dos hijos, que cuida su madre, es dueña del departamento donde viven y de una pequeña tienda de abarrotes que atiende su madre, y percibe dos pensiones alimenticias de los respectivos padres de los pequeños.

Se enamoró de un marinero que le ofreció la mar completa sólo para ella, y ella cayó en el engaño. Fue la primera de sus malas experiencias amorosas. La segunda le dejó a su primer hijo; la tercera, a su segundo hijo. Hijos, ambos, de distinguidos profesionales asiduos al Cubilete, que para acallar a Bárbara accedieron a otorgar una pensión hasta que los hijos alcancen los 20 años de edad.

Bárbara fuma todo lo fumable. Serafina únicamente fuma en pipa. Si su familia está presente fuma tabacos con aroma de ciruela con canela o de vainilla o de naranja con vainilla; si se encuentra sola, fuma tabaco muy fuerte que es mezcla de Burley con Negro Jaltepec. Un día en que fumaba de éste, se animó a escribir lo siguiente:

       El dulce aroma del amor hecho humo que echo de mi boca
       Boca que se hace humo
       Que es fuerte como mi tabaco más fuerte
       Que besa suave y huele dulce como mis tabacos suaves y perfumados
       Humos de tabacos que aspiran a ser aspirados
       Como yo aspiro a lo mismo
       Al amor voy y del amor vengo
       Pero el amor se hace humo y se lo lleva el viento
       Y en mi pipa dura muy poco tiempo

Cuarenta y tres años de vida; de los cuales lleva veintiséis en el ajetreo de cabaretes, calles y fiestas privadas, que le han dejado dos hijos, un departamento y una pequeña tienda de abarrotes, de la que vivirá, si Dios le presta vida, cuando la parte de su cuerpo del cuello a los pies haga juego con su cara.

Pero Bárbara se aferra a la idea de que más temprano que tarde arreglará esa cara; a Serafina le importa cada vez menos si cambia de cara o no.

Por eso Serafina fuma su pipa con tabaco dulce y perfumado delante de su familia, y tabaco fuerte cuando está a solas. En esos momentos Serafina es feliz y se olvida de que Bárbara existe o que viene a jalarle las patas para llevarla al cabarete, a la calle o alguna fiesta privada.

Un día cualquiera y pronto, dice Serafina, "Bárbara será un mal recuerdo... pero Bárbara tiene que pagarme mi jubilación: Lo merezco."

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Veracruz, tierra de mis amores, donde Bárbara y Serafina conviven como una sola persona siendo, en realidad, dos muy distintas.

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