sábado, 26 de enero de 2013

Con el aliento


Conocí a Próculo --o Prócolo, como él pronuncia su nombre-- un día que pasé por el mercado de Orizaba, Veracruz. Lo vi fumando una pipa muy rústica y estaba vendiendo jinicuiles.

El jinicuil es el fruto de un árbol alto y frondoso cuya vaina larga y verde contiene semillas cubiertas de un algodón blanco, muy dulce y muy suave.

Cuando no es época del jinicuil, Prócolo vende aguacate criollo que se come con todo y cáscara, que en tacos o acompañando la carne o los frijoles potencia los sabores. No habiendo aguacates ni jinicuiles, vende gallinas y huevos de su pequeña granja, y tabaco que proviene de diez matas que tiene sembradas.

Y si lo anterior no fuera suficiente actividad para cualquiera, cuida su parcela, ayuda en su casa con las labores pesadas; en fin, vive alegre y como sus circunstancias le han permitido.

Él se hace sus pipas de las ramas del jinicuil donde se forma un nudo. Éste es la cazoleta y la caña parte de la rama pegada al nudo; la boquilla generalmente la hace de cuerno o hueso. El tabaco que fuma, él lo cultiva y prepara.

De martes a sábados sale de Jalapilla hacia Orizaba a las cinco de la mañana y está de regreso en su casa a las siete de la noche; los domingos sale a las diez y regresa a las seis, y los lunes no va al mercado.

Antes iba y venía caminando porque no había tantas construcciones como ahora y podía tomar atajos; hoy, va y viene en autobuses de pasajeros, que le cuesta veinticuatro pesos diarios, pero cuando lleva gallinas a vender le cobran doce pesos de más y si regresa con gallinas no vendidas, doce pesos más.

Con setenta y seis años de edad, una vida de trabajo constante desde los diez años, jornadas pesadas, transporte de productos para vender, cuidado de la pequeña parcela que heredó de su padre y éste de su padre y así, sucesivamente, desde que su familia se estableció en Jalapilla, según él, “desde el año 1850”, se ve muy agotado y las reumas le han empezado a atacar las manos y “las coyunturas”, dice Prócolo.

Pero gracias a las friegas que se aplica de la infusión de alcohol con tabaco, las manos y las coyunturas no le duelen tanto, y cuando le duelen mucho, le dan friegas de la infusión de alcohol y hueso del aguacate criollo que producen sus dos árboles.

Él no acude con los médicos.

-- “Pa’ qué, ¿pa’ que me saquen lana [dinero] y no me curen?”

Jalapilla era un poblado rural con casas de madera o adobe y todas con techo de teja roja, que vista desde un alto cerro parecían lunares o brotes de viruela entre la abundante vegetación de todos los verdes posibles. Para los que no vivíamos ahí la vista desde arriba nos hacía imaginar un lugar de ensueño donde todos vivían felices, como de cuento.

Hoy es una colonia más de Orizaba, que como monstruo va comiéndose los poblados y rancherías vecinas.

Orizaba, siempre fue una ciudad moderna, grande, muy poblada, cuna de industrias muy poderosas, con una estación ferrocarrilera importante y fue centro de distribución de gran relevancia para el país desde que se creó.

Siendo un paso obligado entre el centro del país y el Puerto de Veracruz, punto comercial por donde salía la inmensa mayoría de las riquezas de México hacia España, en el Siglo XVI se fundó Orizaba y se estableció ahí un estanco que concentró y procesó todo el tabaco que se enviaba a España, que se cultivaba en Córdoba, Zongolica, Coatepec, San Andrés Tuxtla, Coscomatepec y en la misma Orizaba, importante zona agrícola que menos de cien años más tarde se industrializó para producir papel, azúcar y más productos que se llevaban a España.

Para España, Orizaba fue la alhaja de la corona por la inmensa cantidad de dinero que el tabaco le aportaba.

Años atrás Prócolo iba y venía de un poblado a otro, todos los días, caminando y cargando sus mercancías, con su pipa en la boca.

Mantenía viva la pipa con el aliento.

Su tabaco, del más puro criollo que pueda hallarse ya, lleva con él toda su vida, la vida de su padre y abuelos; cada diez años o alrededor de diez, recambia sus plantas de tabaco por nuevas y vigorosas matitas que se desarrollarán muy rápido.

Él no corta la flor de la planta.

-- “No la capo, ¿pa’ qué? ¿Pa’ que de más grande la hoja? Ya pocos me compran tabaco, ¿pa’ qué capo la matita si su flor es de las más hermosas flores de nuestra madre naturaleza? Pero el tabaco capado es re pinche dulce y a mí y a mis marchantes nos gusta del agrio… Vendo más tabaco como remedio para la piel, torceduras , dolores de reumas, picazón, que para fumar… La latita vale quince pesos.

Se trata de una pequeña lata vacía y limpia de chiles en vinagre que usa Prócolo como medida, en la que caben 25 gramos de tabaco, y en cada medida que vende agrega el pilón: una pizca de tabaco que coge de su bolso de cuero, donde transporta el tabaco para vender.

En ocasiones lleva tabaco tan finamente picado por él, que le compran para liar cigarrillos; ahora con sábanas de papel, pero antes, eran de elote joven y tierno, que todavía él hace muy de vez en cuando.

Próculo elabora así su tabaco:

-- Corto las hojas de la mata que ya están buenas. Las dejo cuatro días al sol, cubriéndolas por las noches; después las pongo a secar hasta bien secas en ese cobertizo, cubriéndolas por las noches. Bien secas y todavía colgadas las baño con mucha agua tibia y las mantengo bien apretaditas en el cobertizo. Después de unos veinte días, ya está bueno para picar y vender.

El cobertizo sirve también para secar el elote, guardar la leña, el carbón y otros usos.

Cada pipa suya es hecha por él de nudos del árbol de jinicuil usando una simple navaja y un alambre grueso con una punta afilada que le sirve como broca para perforar, a mano.

Si se ve un nudo bueno en un árbol, él lo corta y lo deja abandonado en su cobertizo, hasta que la pipa que ha estado fumando no da más y debe hacerse otra.

Le pedí que me vendiera una pipa suya. Me dijo:

-- Nomás que vea un nudo bueno lo corto y ya que el tiempo lo curta se la hago, claro que sí.

-- ¿Y en cuánto tiempo cree usted que debo venir por mi pipa? –Le pregunté.

Se quedó pensando un poco, y me dijo:

-- En dos años o tres.

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Veracruz, tierra de mis amores, donde el tiempo no cuenta o pasa lentamente y Próculo mantiene viva su vida y su pipa con el mero aliento.

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