sábado, 26 de enero de 2013

El mar


Era un sábado al medio día en el Malecón del Puerto de Veracruz. El calor estaba intenso pero soplaba un agradable viento marino que traía olor a yodo y sal mezclado con el diesel de los barcos y remolcadores, y con la comida de puestos ambulantes cercanos.

-- ¿Quieres algo más? –Preguntó Constanza a la nieta.
-- Otro helado, abue.

Vino el heladero y sirvió dos helados: uno de fresa para la nieta y uno de coco para Constanza.

Acabaron los helados hablando de escuela, amigas, tareas, viajes, el trabajo de mamá, ropita nueva, el próximo paseo de vacaciones que quieren hacer a Chiapas, donde Constanza tiene muchos familiares.

Constanza sacó de su bolso una hermosa pipa recta y lisa que se compró cuando viajó a la Ciudad de México en el año 1995. La cargó de tabaco en una acción tan cotidiana mientras hablaba con la nieta; encendió el tabaco y se dispuso a fumar.

El aroma que despedía el humo de su tabaco era como de azúcar quemada con vainilla y tal vez algo de limón.

-- Huele al pastel que hace mi mamá en mis cumpleaños.
-- Yo también te lo hago, niña. Saca tus muñecas y ponte a jugar aquí.

Mientras la nieta jugaba, Constanza observó el mar, a lo lejos.

Vio un barco diminuto que se alejaba lentamente.

Recordó que cuando niña su papá llevó a ella y sus hermanos a Tuxpan y a Isla de Lobos.

Estas fueron sus mejores vacaciones antes de pensar e interesarse por los jóvenes. Jóvenes con los que iba a bailes, acompañada de su hermana mayor o de su mamá, a caminar en los parques, a tomar un refresco, a comer tamales, garnachas, gorditas de frijol o chicharrón, cocteles de camarón, pulpo o jaiba.

Ella se juntó con Romualdo. Tuvo con él un niño y una niña. Romualdo se embarcó al Asia y nunca regresó; luego, el hijo alcanzó al padre y no ha regresado, aunque ocasionalmente le manda algún regalo, dinero, postales y demás.

Constanza cree que algún día verá el barco que traerá de regreso al hijo.

A ella no le importa Romualdo.

Ella fumaba tranquila y placenteramente mientras la nieta jugaba con sus muñecas.

Una señora que pasaba por ahí y olió el tabaco de Constanza, se le acercó para decirle:

-- Hule a pay de limón y a jericalla. ¡Qué rico!
-- Y también tengo de chocolate, coco, almendra y otro que huele a miel virgen de lo más sabroso que pueda imaginarse, pero se me acabó. ¿Usted fuma?
-- No, pero mi marido fuma puras porquerías. Que disfrute. Buenos días. –Y se alejó la señora.

Siguió fumando su pipa mirando al mar a lo lejos.

El barco había desaparecido del horizonte, pero apareció otro que venía hacia el puerto.

La nieta, aburrida de jugar con sus muñecas, pidió a la abuela que la llevara al parque.

-- Deja que me acabe mi pipa. Sigue jugando un ratito.

Acabó su pipa y se fueron caminando al parque platicando de lo que iban a comer ese día; que después irían al cine y llegarían a casa para cenar con mamá.

En el parque, mientras la nieta jugaba en los columpios preparó otra pipa y la fumó. La pipa era curva y lisa.

Sacó de su bolso el tejido que ha estado trabajando desde hace semanas para hacerse un suéter, pues ya se acerca el invierno que trae vientos fuertes y helados, y llovizna muy molesta.

Corriendo, se le acercó la nieta:

-- ¿Me das agua, abue?
-- Toma. –Le dio una pequeña botella de agua que la nieta bebió de golpe y se fue corriendo a los juegos del parque.

Constanza siguió tejiendo y fumando su pipa.

Se detuvo un rato para observar a la nieta. Pensó en que su hija había sido así, igualita: traviesa, inquieta, con mucha energía y deseos por sobresalir.

A los diecinueve años de edad la hija de Constanza parió a la niña. Su hombre no reconoció a la creatura y partió hacia los Estados Unidos a trabajar de albañil, diciendo a la hija de Constanza que le mandaría dinero y la llevaría consigo algún día.

Pero ese día nunca llegó.

Constanza recibe media pensión desde a que su esposo falleció en el 2004; su hija es camarista en un hotel de lujo y trabaja incansablemente para apoyar con los gastos de la casa y ahorrar, porque quiere irse a vivir al Canadá, llevarse a la niña consigo y ofrecerle un mejor lugar para vivir y progresar.

Constanza le dijo a su hija que ella no se irá al Canadá ni a ninguna otra parte.

La sacarán de su casa para velarla el día que muera, y si están su hija y su nieta qué bueno; si no, los vecinos se encargarán de su cadáver para cremarlo y esparcir sus cenizas en el mar.

Quizá así, la corriente marina la lleve al Asia para bañar a su hijo cuando él se meta al mar.

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Veracruz, tierra de mis amores, donde el mar ha forjado pasiones y separado amantes, como las olas que vienen y van.

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