sábado, 26 de enero de 2013

Concha y Lupe


En Veracruz; concretamente, en Alvarado, dos trabajadores de un barco camaronero, amigos desde la infancia, compañeros de juergas, alegrías y decepciones, se reunieron, después de tantos años de ser amigos, en la casa de Juan.

Romualdo llevó a su esposa e hijos a la reunión, a la que llegaron con platillos diversos y flores para la señora de la casa.

La velada transcurría alegremente hablando de la pesca, los temporales, los hijos, los amigos, la cena, del patrón, de los sueldos tan bajos y lo difícil de la vida. Entre copa y copa la charla entraba en terrenos de mayor confianza.

Concepción; “Concha”, para los amigos, esposa de Juan, una mujer como la mejor jarocha [oriunda de la ciudad de Veracruz]: frondosa, alegre, morena, de pelo rizado y risa fuerte, con cuerpo tan bien estructurado, firme y parecido al ébano, que da confianza a la primera, delante de todos, pues no podía ser de otra forma, soltó un comentario:

-- Hay veces que me siento sola, con éste (señalando a Juan) que se aleja tanto tiempo.

La esposa de Romualdo, Guadalupe; “Lupe o Lupita”, para los amigos, mujer de abundantes protuberancias y bien proporcionadas, respondió:

-- Igual que yo, comadre, igualita, y los hijos, bien, gracias; que se alimenten solos.

Juan y Romualdo, como extraños o lejanos que no escucharon estas palabras, seguían en lo suyo: tragos, vociferando del capitán, etcétera.

Los hijos de ambas parejas fueron llevados al dormitorio, casi dormidos. Pequeños de no más de siete años cuya vida es jugar y dormir.

Llegó el momento de levantar los platos de la mesa para llevarlos a la cocina, cosa que hicieron Concha y Lupe.

En la cocina, después de hablar de lo caro que están las cosas en el mercado y que si los hijos así y asado, Lupe preguntó a Concha si su marido “le daba el ancho”. Concha, extrañada por tal confianza, que entre mujeres es sólo un preámbulo de algo mejor o peor, le respondió con la pregunta: ¿Y tu marido te da el ancho? Siguieron con la lavada de los platos casi en silencio. Luego, Lupe dijo a Concha que no, y ésta a aquélla dijo lo mismo, y siguieron limpiando la cocina. Ya casi para terminar con el aseo, Concha, hablando para sí en voz alta, dijo: “Xalapa es otra cosa; hay mundo, personas cultivadas, cosas por conocer, lugar para crecer, oportunidades para divertirse”. Volteando hacia Lupe, le dijo a ésta: “Vamos con los viejos, comadre”.

Regresaron a la mesa. Juan y Romualdo estaban borrachos, ante lo cual, Lupe fue por sus hijos y jalando a Romualdo de la camisa se lo llevó, despidiéndose y disculpando a su viejo amablemente.

Varios días después de esto Juan y Romualdo partieron a la pesca de camarón.

Al día siguiente, Concha visitó a Lupe. Después del consabido cafecito y las galletas de piloncillo, hablaron y hablaron de los maridos, los hijos, de lo caro que están las cosas en el mercado, de la ropa que es una porquería, que los zapatos son caros y están fuera de moda; que las medias de nailon ya no aguantan como antes, que ya no hay bolsas de mano tan bonitas, porque las de antes eran de piel, etcétera.

Al tercer día, Lupe fue a casa de Concha y hablaron del salón de belleza, la telenovela de moda, los galanes artificiales cuyo abdomen de lavadero está hecho sobre pedido; que el carnicero ya no fía… que sus maridos no les dan el ancho, y demás.

Lupe, de treinta y seis años, y Concha, de treinta y ocho, siguieron hablando y hablando en distintas ocasiones: de suéteres para los niños, blusas para ellas, escuelas, maestros, fulanita y zutanita... y ellos, siguieron con sus juergas.

Pasaron los años y Concha y Lupe, y Juan y Romualdo siguieron siendo amigos.

Lupe tuvo varias aventuras y Concha tuvo más. Romualdo y Juan siguieron con sus juergas.

Los hijos crecieron y se alejaron.

Después de tantos años y tantos sueños, ellas viven solas, cada una por su lado.

Sus maridos murieron jóvenes.

Hoy se las ve por las tardes, en sus sillas mecedoras y a la puerta de sus casas, fumando tranquilamente, saludando a todos los que pasan con una sonrisa de mujeres que han vivido lo que han querido, pero que no quisieron lo que vivieron.
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Veracruz, tierra de mis amores, está hecha por Concha, Lupe, Romualdo y Juan, y tantos otros de los cuales espero poder contar su historia.

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