sábado, 26 de enero de 2013

El único regalo que se ha dado Domitila


Domitila era una campesina de complexión robusta, morena, de pelo largo, negro, brillante y trenzado, que cuando ríe con gusto sus carcajadas se escuchan a lo lejos.

Actualmente ha de tener entre sesenta y dos y sesenta y cuatro años de edad, y su pelo apenas se ha teñido de blanco. Además de lo que obtiene de su parcela vive de hacer y vender tamales de frijol, elote (maíz), de salsa roja con carne de puerco y de salsa verde con pollo.

Francisco, el esposo de Domitila, fue campesino muy activo hasta que una enfermedad le afectó la movilidad para siempre. Desde entonces usa andadera para desplazarse, sus manos tienen poca fuerza y en lo que puede ayuda a Domitila con las labores de la casa, que son muy pocas; aunque cada día puede ayudarla menos.

Ambos viven en la pequeña y humilde casa ubicada en la parcela.

Por un tiempo Domitila fue trabajadora doméstica en nuestra casa, cuando Francisco estuvo hospitalizado en Orizaba, Veracruz, y requería muchos cuidados. Mi padre le ofreció trabajo en la casa más para que tuviera dónde dormir y qué comer. Cuando llegó Domitila a casa yo tendría diez años de edad.

Domitila y mi madre tuvieron una relación muy especial: iban juntas al mercado, una enseñaba cosas a la otra, bordaban, escuchaban la radio y cocinaban juntas la mayoría de las veces.

Mi madre a veces se enojaba con Domitila por su forma especial y burda de hacer las cosas:

– ¡Curra, así no!, ¡Curra, olvidaste esto!, ¡Curra, deja ya a Francisco y ven a ayudarme! –Le gritaba mi madre de vez en cuando. “Curra” es el apelativo cariñoso con que mi madre y todos nos dirigíamos a Domitila, porque a ella le gustaba que la llamáramos así.

En aquellos años ella hablaba con un mal español mezclado con náhuatl que era su lengua materna, pero le entendíamos perfectamente.

Todos en casa nos encariñamos con Domitila muy pronto, pues su corazón era grande y generoso.

Francisco salió del hospital nueve meses después y se fue a nuestra casa, donde mis padres les acondicionaron una habitación en el piso superior.

Todas las noches mientras Domitila y Francisco platicaban fumaban puro, que ella compraba en el mercado popular de Orizaba cuando antes, hace muchos años, vendían puros, picadura de tabaco para cigarrillo, polvo de tabaco para rapé, tabaco en pasta mezclado con cal para tener debajo de la lengua, tabaco para mascar, tabaco en hoja, cigarrillos elaborados con la hoja delgada y tierna de la mazorca de maíz (que acá conocemos como elote); vendían hojas de elote para que cada quien elaborara sus cigarrillos. Eran pequeños comercios o puestos de mercado pero prósperos, que entre 1970 y 1976 fueron desapareciendo poco a poco.

Además del acostumbrado puro de todas las noches, Domitila fumaba “cigarrillo de hoja” (de elote), dos por la mañana después del desayuno y dos o tres por la tarde después de la comida.

Domitila y Francisco vivieron en la casa de mis padres cuatro años, tiempo en que él recuperó algo de movilidad y el habla, y Domitila se lo llevó a su propia casa. Pero cada sábado o domingo Domitila venía a visitarnos para darle a mi madre algunas verduras cultivadas o tamales elaborados por ella. Con el paso de las semanas, Domitila empezó a vender sus tamales y ahora es la principal fuente de ingreso de la familia.

Yo dejé Orizaba en 1978; uno de mis hermanos en 1980 y el otro en 1983. Al año siguiente mis padres también dejaron Orizaba.

Cada vez que regreso a Orizaba a recordar viejos tiempos y saludar a los amigos, busco a Domitila. La última vez que la vi fue en el 2007; nos saludamos de abrazo y beso en la mejilla con mucho afecto, y como siempre, le entrego algún obsequio mío y de mi madre, hablamos de muchas cosas y ya cuando me despido, me dice:

– ¿No olvidas algo escuincle? –Y es que dejo para lo último los puros, el tabaco y las hojas de papel para liar cigarrillos que siempre le llevo.
– ¿Como qué, Curra?
– ¡No te hagas: mi-ta-ba-co!

Entonces le entrego lo que tanto le gusta y a cambio recibo un fuerte abrazo y un beso en cada mejilla, y si aún no ha vendido todos sus tamales, me regala uno de cada tipo que tenga… Los de frijol y elote son deliciosos en verdad. Yo, por precavido que soy (y si no lo fuera mi madre se encarga de que no lo olvide), dentro de la caja de puros le dejo cierta cantidad de dinero.

Cuando mis hermanos van a Orizaba también buscan a Domitila para saludarla y darle regalos, entre los que hay puros, tabaco y hojas para cigarrillos y algo de dinero.

Dice mi madre, quien mantiene contacto con Domitila, que ella sigue vendiendo sus tamales de casa en casa o en sitios callejeros bien seleccionados donde el municipio le de permiso, todos los lunes, miércoles, viernes, sábados y domingos, de 8 a 13 horas, y goza de una salud envidiable.

Se la ve feliz ofreciendo sus tamales por las calles y Francisco continúa con las limitaciones físicas que desde hace unos años han empeorado, a grado tal que casi no se levanta de la cama.

Ellos dos todos los días conversan, escuchan la radio, desayunan, comen y cenan juntos, y fuman sus puros y cigarrillos. Mientras Francisco la observa o la ayuda en lo poco que puede hacer, Domitila prepara los tamales para el día siguiente, cultiva sus alimentos y cuida de Francisco: lo baña, le cambia de ropa, etcétera.

Domitila siempre ha sido una “india” hermosa por donde se la vea: fuerte, limpia, bien vestida, alegre, trabajadora, inteligente, responsable.

Pronto enterrará a su marido.

Ella no es de las que se refugian en un asilo para ancianos ni de las que se van a vivir con algún familiar.

– Mientras pueda fumar, mi cuerpo, mi corazón y mi alma estarán calientes… El puro es para dormir tranquila y feliz, el cigarrito es para disfrutar el día, el trabajo y a los que quiero. –Dice Domitila al respecto del tabaco.

Continuará fumando su puro por las noches y cinco cigarrillos de hoja durante el día hasta que Dios la llame a su lado.

Fumar es el único regalo que ella se ha dado en toda su vida.

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