sábado, 26 de enero de 2013

Olvidar duele


Había sido un día triste por gris, ventoso, lluvioso y frío; por ello la gran mayoría de los habitantes de Altotonga, Veracruz, se quedaron en sus casas. A las cuatro de la tarde parecía un pueblo fantasma; ni los perros se veían por las calles.

“Rubino”, como le dicen a Rubén Albino sus amigos, sentía que el frío y la humedad le llegaban a los huesos. Tomaba café de olla (café, canela y piloncillo) con un chorrito de ron (piquete) para entrar en calor, pero ese calor no llegaba.

El reumatismo que le ataca desde hace ya siete años le molesta mucho en días así; aunque por su clima ningún día de Altotonga es bueno para personas con tal padecimiento. Sin embargo, irse de ahí no está en los planes de vida de Rubino.

– Uno es de donde nace, amigo. No es mejor lo que deseas sino lo que tienes. La mejor vida la puedes conseguir solamente en tu tierra, donde están tus raíces, tu sangre. Fuera de ésta eres un hombre perdido. – Me dijo la segunda vez que fui a saludarlo a su restaurante, mientras tomábamos licor de membrillo con refresco de cola y fumábamos una pipa.

Es un hombre divorciado que no se ha vuelto a casar; piensa que no se casará nunca más. Ama a sus hijos por sobre todas las cosas y manda a su ex esposa el dinero suficiente para que todos, ella incluida, vivan bien, los hijos vayan a buenas escuelas, tengan buena ropa y demás, porque su divorcio fue por incompatibilidad de objetivos en la vida, no por falta de amor.

Pero el amor nunca es suficiente para resolver ciertos conflictos de intereses.

A las doce de la noche, sin poder conciliar el sueño y sin entrar en calor aun cuando estaba en cama bien abrigado, se levantó para prepararse una pipa con uno de los tabacos en hojuelas (flake), que dos de sus cinco hermanos mayores le traen de los Estados Unidos cada vez que vienen a México a saludar a la familia. Aunque él fuma de cualquier buen tabaco que pueda conseguir en Tantoyuca, Coscomatepec, San Andrés Tuxtla, Oaxaca, Nayarit o Chiapas.

Preparó su pipa, fue a la cocina por más café de olla al que agregó su piquete, regresó a la cama, prendió su pipa, subió el volumen de la televisión que tiene frente de él y entre trago y trago y fumada y fumada, a las dos treinta de la mañana se quedó completamente dormido… hasta que su madre hizo sonar la campana que tiene en el buró porque necesitaba de Rubino a las siete de la mañana para que le llevara agua y el medicamento que toma a esa hora.

Rubino hace todo lo posible para cuidar de su madre y de su tía, hermana de su madre.

Ahora de soltero Rubino es más mujeriego y bebedor que antes, pero también más alegre y dinámico para su edad, que ya rebasa los cincuenta y cinco, aunque su fisonomía engaña a todos pues parece como de cuarenta y algo.

Administra y atiende el negocio de telas y mercería que abrió su abuelo hace más de setenta años, y en donde Rubino empezó a trabajar cuando cumplió quince años de edad.

Este negocio, que desde el 2005 se reduce año con año, está por desaparecer. Por ello hace cuatro años Rubino abrió un restaurante-bar de sencilla pero buena comida y bebida con precios módicos, de donde obtiene los ingresos que la mercería no le dan, pero la mantiene abierta por el recuerdo de su abuelo y su padre.

De 9 a 15 horas atiende la mercería, excepto que los lunes llega a las 12, y de 16 a  21 horas está en el restaurante-bar. Esta es su rutina de lunes a sábados.

Debido a que por el trabajo está fuera de casa todo el día, una enfermera jubilada, amiga de la familia, cuida de las dos ancianas.

Los sábados por la noche va a un cabaret ubicado de camino a Xalapa, a beber, reír, bailar y quizá dejarse acompañar por una de las bailarinas del lugar. En el cabaret ha hecho muchos amigos, uno de los cuales le vendió el restaurante, al que luego agregó el servicio de bar.

Rubino aprendió a fumar en pipa gracias a un medio hermano de su padre, quien le regaló una pipa y una bolsa de cuero con tabaco. Desde ese momento, en que tenía dieciocho años de edad, no ha dejado de fumar excepto que su estado de salud se lo impida.

Tiene treinta pipas; fuma seis veces al día y cada noche antes de dormir, toma una copa de ron, tequila o brandy, platica con su madre y su tía, va a la cama, enciende la televisión, fuma una pipa y cae rotundamente dormido alrededor de las 24:00 horas.

Todas sus pipas son rectas, lisas y con acabado al natural. Están opacas y algo carbonizadas por tanto uso, pero cada mes da un mantenimiento general a sus pipas.

Los domingos, después de desayunar con su madre y su tía, se va por sus hijos para llevarlos a pasear a Xalapa, al Puerto de Veracruz, a algún otro poblado o a su casa. Caminan, juegan, platican, comen y tal vez los lleve al cine o a comprar algo para ellos.

Regresa a sus hijos a la casa donde viven con su madre como a eso de las 19 horas. Luego se va a lo suyo: a tomar la copa con los amigos y tratar de hallar alguna dama que lo acompañe.

Si no hay dama que lo acompañe un domingo por la noche, se regresa temprano a Altotonga en su preciosa camioneta todo terreno que nunca ha circulado por un camino de terracería siquiera.

Sea que regrese temprano o a la mañana siguiente, mientras maneja va fumando su pipa. Cosa que su ex esposa y sus amigos le han recomendado que no haga.

Fumar la pipa le hace recordar a su medio tío, su abuelo, su padre, sus hermanos, su ex esposa, sus ex novias, sus amigos de la infancia. Muchas veces recuerda la horrenda muerte de uno de sus compañeros de primaria y otro de la secundaria. Nadie merece morir así, tan joven, con tanto futuro por construir, con tan buena familia y tanta alegría. Rubino cree que en las noches más frías y húmedas estos dos vienen a saludarlo y a platicarle. Está seguro de que los muertos viven con nosotros, pero se dejan ver cuando tienen algo que decirnos.

Piensa que pronto se quedará solo, sin su madre y sin su tía, en esa enorme y vieja casa mayormente carcomida por la humedad y la falta de mantenimiento, con un jardín central abandonado donde hay una fuente que ya no se usa desde hace muchos años; casa con techo de teja roja que está tan alto, que bien podrían hacerse dos pisos mediante un tapanco; con paredes donde abundan fotografías de la familia, enmarcadas, ya grisáceas, sepia o con manchas de humedad, fotografías de santos, papas; por todos lados hay nichos y repisas con veladoras, candeleros, juguetes de porcelana, y los muebles, hermosos muebles de cedro rojo tallado con figuras muy elaboradas, que el tiempo y el descuido han echado a perder. La casa tiene ocho habitaciones, pero únicamente tres están útiles.

En el enorme jardín trasero de la casa hay árboles frutales que el padre de Rubino sembró y cuidó mientras vivió; árboles de limón, naranja, toronja, pera, guayaba, higo, membrillo, pomarrosa, jinicuil, tejocote y otros. Rara vez consumen en casa las deliciosas frutas que producen esos árboles, pero Rubino los lleva al restaurante.

Él hace deliciosos licores de naranja, higo, membrillo, ciruela, tejocote y otros frutos; también elabora mermeladas. Tanto los licores como las mermeladas que produce son deliciosos, pero la mermelada de limón es de lo más exquisito que he probado.

Si se dedicara a fabricar más cantidades de estos productos, Rubino se haría millonario pronto. Muchas personas, sobre todo de la capital, le han ofrecido asociarse con él para poner una fábrica en forma, pero él no quiere. Con lo que gana de sus pequeños negocios viven bien él y su familia y, como él dice: “Nos damos nuestros lujos.”

Dice Rubino que las mermeladas de naranja, limón, membrillo e higo salen tan buenas porque son los frutos de los árboles de su casa. Además, hace las mermeladas y los licores para no olvidar que fue su madre, y a ésta su abuela, quien le enseñó que con lo que da la casa y con amor se puede tener todo.

Pero con el amor él no ha logrado todo, por eso desea o sueña cada vez menos. Si algo desea es volver a vivir con su esposa e hijos; ser como antes fueron. Cosa que ya no será posible y tendrá que soportar esta culpa el resto de sus días.

Por eso, tal vez, trabaja y trabaja y fuma la pipa para soportar tanto trabajo.

Olvidar le duele.

Fuma la primera pipa después de desayunar y platicar con las viejitas de la casa; pipa que le dura hasta llegar a la mercería. La segunda pipa la fumará alrededor de las diez de la mañana; la tercera, a eso de la una de la tarde; la cuarta, después de comer, cuando va hacia el restaurante; la quinta, como a eso de las seis; la sexta, antes de dormir.

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